La mujer se ha embellecido, se ha puesto un sombrerito alegre, se ha peinado y arreglado ante la expectativa de la felicidad... y ahí está, a la vista de todos, desfigurada por el dolor, con sus buenas intenciones inmortalizadas en su alegre y coqueto sombrero. ¿Cómo es posible que podamos soportar el espectáculo de esta aflicción tan privada? ¿Qué falta en el retrato que nos permite entrar como extraños con tanta facilidad en la escena y apiadarnos y admirarnos al mismo tiempo ante la vista del mundo picassiana? Hermoso, sin duda. Lo triste de todo esto es su parte de realidad.
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